martes, 7 de diciembre de 2010

Cuentos Chinos . . .

Igual da una piedra

     La región de Sonsan, al sur de la península coreana, era a principios de este milenio un lugar próspero por su actividad comercial. Sitio de paso entre China y el Pacífico, Sonsan disfrutaba de un continuo trasiego de mercancías que estaba enriqueciendo a su población.

     Quien más, quien menos, todos se beneficiaban de la situación de Sosan, lo que afectó bastante al carácter de sus habitantes. Antaño, campesinos y leñadores, muchos se convirtieron en comerciantes, y esto también dio lugar a curiosas leyendas. Entre ellas destaca la tragicómica historia del avaro Pu Koc, que se había enriquecido vendiendo madera para la construcción de barcos, pero era de carácter tan conservador y mezquino que ahorraba todo el dinero que ganaba. Adoraba las monedas de oro, tanto que era incapaz de desprenderse de ellas; el dorado fulgor parecía tenerle hipnotizado. Contaban que su mayor pasión consistía en construir pirámides de monedas, que después derribaba; se deleitaba viendo cómo se desparramaban las brillantes monedas por toda la mesa, desbordándola y cayendo en una tintineante lluvia dorada. El desdichado Pu Koc en realidad no poseía oro sino que el oro lo poseía a él. Habitaba en el claro de un bosque, en un sobrio caserón feo e inhóspito, más parecido a un fortín que a un hogar. Un sólido muro erizado de cristales rodeaba su terreno, por el cual rodaban fieros perros semi-salvajes que tan sólo respetaban la mano que los daba de comer todos los días. No era pues de extrañar que los amigos de Pu Koc, si alguna vez los tuvo, llevaran años sin venir a verle. Nadie le conoció nunca mujer ni amante; su único amor era el dinero. Tampoco se le conocían grandes vícios, pues como él decía: ¡Mantener un vicio siempre es un despilfarro!. Incluso vestía atuendos sencillos, a menudo se trataba de ropa usada, comprada de ocasión.

     Su paranoia llegó hasta tal punto, que comenzó a creer que bandidos y vecinos estaban conspirando para asaltar su casa y robarle su tesoro. Así que una gélida mañana de invierno, cuando el sol aún no habñia salido, Pu Koc cargó su enorme bulto en una carreta: había metido casi toda su fortuna en el interior del gran baúl. Se ocultó bajo un amplio manto gris y azuzó a su mula por los caminillos del bosque. Tras más de una hora de camino, el avaro Pu detuvo la carreta y echó una mirada a su alrededor, sus ojos brillaban de desconfianza y temor. Estaba amaneciendo y no se veía ni la sombra de un alma, tan sólo algún búho animaba el fantasmagórico bosque. Bajó una pala y se echó a andar entre la frondosa maleza, trastabillándose con las nudosas raíces de los árboles y aguantando los arañazos y latigazos de las ramas. Con una energía extraordinaria, cavó un buen hoyo en mitad de ninguna parte, arrastró el pesado baúl hasta allí, lo enterró y cubrió el sitio de ramas y malezas. Por fin se  sentó en la carreta, agotado pero satisfecho. Según regresaba a su casa, sentía cómo le iba invadiendo una reconfortante sensación de seguridad y alivio.

     Pero al cabo de unos días, Pu Koc comenzó a echar de menos a sus brillantes monedas. El fuego de su existencia ya no relucía entre sus manos... Así que por lo menos una vez al día atravesaba medio bosque para llegar al tesoro enterrado, se sentaba encima y dejaba volar su fantasía para que bailara con las monedas escondidas. Pero esta curiosa peregrinación fue pronto observada por un joven leñador del lugar, quien al regresar a su cabaña solía ver al avaro sentado entre la maleza, con los ojos cerrados como en éxtasis. Al principio pensó que se trataba de un extraño ermitaño que vagaba por el bosque. Pero cuando descubrió su verdadera identidad, pues Pu Koc era famoso en toda la región por sus extravagancias, comenzó a sospechar de la presencia del tesoro en ese mismo lugar. Puesto que sabía que las mañanas del lunes Pu siempre iba al mercado de abastecimiento de madera, el leñador aprovechó uno de esos momentos para desenterrar el baúl y escapar de Sosan con el tesoro. Nunca más se supo de él por la región. Esa misma tarde el avaro hizo su peregrinación habitual, pero cuando llegó al escondrijo, tan sólo descubrió un profundo hoyo. Durante unos cuantos segundos se quedó totalmente paralizado, sencillamente no podía dar crédito a sus ojos. Pero al cabo de un instante lanzó un terrible alarido que acabó en sollozos. Se abalanzó dentro del hoyo y comenzó a arañar frenéticamente la tierra con las uñas, jadeando de rabia y de desesperación. Al cabo de unos minutos se desplomó agotado; era en vano, ahí no había más que raíces y escarabajos. Salió del hoyo, se tumbó en la hojarasca y comenzó a gimotear y a mesarse los cabellos.

     En aquel momento pasaba por ahí un campesino, el cual atraído por las lamentaciones del desdichado Pu Koc se sentó a su lado:

     -¿Qué le ocurre, buen hombre?
     -¡Me han robado mi tesoro!¡Lo tenía aquí enterrado!¡Mi oro!- respondió el avaro mientras derramaba lagrimones.
     -¿Y acaso ahora estáis cubierto de deudas?- Pu negó con la cabeza-. ¿Tal vez lo guardábais para el casamiento de vuestras hijas? - Pu volvió a negar con la cabeza. ¿Sin duda tenéis que pagar la curación de algún familiar gravemente enfermo?- y Pu sacudió de nuevo la cabeza. ¿Entonces por qué los guardábais con tanto celo y lloráis tanto su pérdida? ¿En qué pensábais gastarlo?.
     -¿Gastarlo? - Respondió el avaro estupefacto-. Mil diablos, ¿cómo que gastarlo?¡El dinero no llueve del cielo! ¡Nunca cogía nada!.
     El campesino comprendió la situación y, tras reflexionar un breve instante dijo: Esperadme un minuto... Creo que ya tengo la solución. Y se alejó andando, dejándo a Pu Koc con el alma en vilo. ¿Acaso sabía el campesino donde hallar su tesoro?, ¿tenía alguna pista? Al cabo de unos minutos regresó arrastrando una gran piedra que dejó de caer dentro del hoyo.
     Ya está. - dijo frotándose las manos. - Solucionado.
     ¿Cómo que solucionado?. - Saltó Pu indignado.- ¡No estoy para bromas pesadas!.
     - Calmaos. Puesto que nunca tocábais vuestro oro, bien podéis enterrar esta piedra, que os hará el mismo servicio...
     Y dicho esto, el campesino dio media v vuelta y se marchó sonriendo.

Revista DOJO nº 31

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